“Somos una bodega familiar con más de cien años de trayectoria  en el cultivo de Malbec en Mendoza. A través de las generaciones, hemos  transmitido de padres a hijos nuestra cultura vitícola y enológica. 
                                           
                                          Durante la década del ochenta, Nicolás Catena Zapata cambió por  completo la historia del vino argentino cuando se atrevió a creer que en  Mendoza se podía elaborar un vino capaz de competir con los mejores del mundo. Así  fue como plantando Malbec en zonas altas donde nadie pensaba que podría  madurar, estudiando minuciosamente los diferentes climas y suelos de Mendoza y  desarrollando las primeras vides de Malbec de nuestro país, mi padre y yo emprendimos la tarea de elaborar un vino singular,  único, para añejar durante décadas. Y lo hicimos a partir de uvas provenientes  de nuestros cuatro viñedos más preciados: Angélica, La Pirámide, Adrianna,  Domingo y Nicasia. 
                                           
                                          LAURA CATENA 
                                          "Desde joven sabía que podía ayudar a la gente" 
                                          Los aromas  de la bodega familiar, aquella que visitaba de chica con su abuelo Domingo V.  Catena, se cuentan dentro de sus recuerdos más preciados. "Mientras él  probaba muestras, yo dibujaba, y ahí olía la bodega: me encantaba ese olor a  uva y estar con mi abuelo", dice Laura Catena [46], directora de Catena  Zapata, que divide su tiempo entre el mundo del vino y su trabajo como médica  de emergencias en San Francisco, Estados Unidos, donde vive junto a su marido y  sus tres hijos. Con Skype como aliado -lo que no evita que pase la mitad del  año viajando-, Laura corre, literalmente, detrás del sueño que comparte con su  padre, Nicolás: "Hacer vinos argentinos que compitan con los mejores del  mundo". Pero aunque trabajar en la empresa familiar parecía un destino inevitable,  ella eligió hacer su propio camino, uno más largo, menos predecible, pero que  finalmente la devolvió a los aromas de su infancia. 
                                             
                                             
                                            -Habiendo  nacido en una familia con tres generaciones en el mundo del vino, ¿qué te llevó  a estudiar biología y medicina?  
                                             
-Estudié  biología porque me fascinaba la ciencia, aunque también me gustaban los  idiomas, la historia y las matemáticas. Pero cuando llegué a Harvard tomé una  clase sobre evolución con Stephen Jay Gould, y ahí supe que tenía que ser  científica. Primero estudié biología de plantas y, luego, medicina. 
 
-¿Cómo lo  tomó tu familia?  
 
-Cuando le  dije a mi papá que quería estudiar medicina se enojó. Y eso para mí era muy  extraño, porque en Estados Unidos ser médico es una de las profesiones con más  reputación. Se lo comenté a mi mamá y me dijo: "Él siempre sueña que vas a  trabajar con él". Hasta ese momento nunca me había imaginado trabajar con  la familia. Una vez mi papá me vino a ver a Harvard y me contó de su sueño de  cambiar la historia del vino argentino, de que se convirtiera en un vino de la  categoría del francés. Hablábamos mucho del viñedo y de lo que él hacía, pero  yo no tenía ninguna intención de trabajar con él. Yo era muy independiente y  sentía que tenía que hacer mi propio camino. 
 
-¿Cómo  pasaste de la biología de plantas a las emergencias?  
 
-Estudiando  medicina en la Universidad de Stanford me hicieron rotar por los diferentes  departamentos: cirugía, medicina interna, pediatría, y todo me encantaba. Pero  cuando llegué a la sala de emergencias sentí que había encontrado mi eje, donde  yo encuadraba. Mi abuelo, Domingo Vicente, me llamaba la lauchita porque yo  siempre andaba corriendo, y en emergencias vas de un paciente a otro. También  hay mucho contacto humano allí y la gente tiene mucho miedo. Desde joven sabía  que podía ayudar a la gente a no tener miedo y eso me hacía sentir muy útil. Yo  quería ayudar al mundo y la medicina era lo más cercano. No me imaginaba que  con el vino pudiera ayudar, pero cuando veo la transformación de las zonas  vitícolas de Mendoza siento que ayudo mucho más al mundo con mis vinos. 
 
-¿Qué te  llevó a entrar en la empresa familiar? 
 
-La revista  Wine Expectator hacía una feria donde se presentaban las bodegas que habían  sacado más de 90 puntos con sus vinos; en 1995, por primera vez invitaban a una  bodega argentina y nos invitaron a nosotros. Mi papá dijo: "Andá vos, Laura,  porque acá nadie habla bien inglés". Y yo fui. Me acuerdo de que estaba en  mi mesita, al lado tenía las de las grandes bodegas de Francia y de California,  y la gente hacía colas en todas. Pero pasaban por mi mesa, miraban el cartel  "Argentina" y seguían caminando. ¡Me dio una bronca! Al día siguiente  lo llamé a mi papá y le dije: "Tengo que empezar a trabajar con vos porque  esto que estás tratando de hacer es imposible". Como médica quería ayudar  a la gente, pero ahora quería ayudar a mi papá. Me acuerdo de que le dije:  "Yo quiero empezar a trabajar en el viñedo, ¡soy bióloga de plantas!, pero  también quiero ver qué estás haciendo en los Estados Unidos, porque vivo acá y  te puedo ayudar". 
 
-Cuando  entraste a la bodega, había pocas mujeres en puestos relevantes en el mundo del  vino. ¿Te costó hacerte un lugar?  
 
-Yo vivía en  los Estados Unidos, donde había bastante igualdad entre la mujer y el hombre,  ni pensaba en eso. Fue mucho más difícil ser la hija de Nicolás Catena que ser  mujer, y venir del mundo de la medicina, donde era experta, al mundo del vino,  donde no lo era. Tuve que aceptar que al principio la gente sólo me escuchaba  porque era la hija de Nicolás Catena. 
 
-¿Cuándo  sentís que dejaron de verte como la hija de Nicolás?  
 
-Fue cuando  comencé con la investigación y empezamos a ver los resultados. Me metí a  estudiar el viñedo porque si queríamos hacer grandes vinos, todo dependía, como  dicen los franceses, de conocer el terroir: ya no cada viñedo, sino  cada parcela, cada planta, que es un ecosistema en sí misma. Yo soy la mamá del  Catena Institute of Wine: toda la investigación que se hace me la presentan y  la critico. Sé mucho de viticultura, de enología y tengo muy buen paladar,  aunque en realidad tengo mejor nariz. Ahora en las degustaciones le puedo decir  al enólogo: no me gusta el roble de este vino, y es cierto. 
 
-¿Cómo  repartís tu tiempo entre la bodega y el hospital?  
 
-Si contás  Skype, estoy el 80% del tiempo en la Argentina, porque dejo los chicos en la  escuela a las 8 y si no tengo tenis con mis amigas argentinas, estoy hasta las  14 en Skype con conference call. A veces, me mandan muestras y  degustamos, hablamos de los vinos. Y después trabajo en el hospital muchas  noches y bastante los fines de semana. A la Argentina vengo en febrero y marzo  para la cosecha; en agosto, que es cuando hacemos los assemblage; y  una o dos veces más al año para probar vinos. Yo diría que paso 6 meses en San  Francisco, 3 o 4 en Mendoza, y el resto en todo el mundo. 
 
-¿Pensás  dejar en algún momento el hospital?  
 
El hospital  es mi vida emocional, y pienso seguir haciéndolo mientras pueda. Además, no  tengo ninguna fantasía con respecto a la jubilación. Para mí, el vino es la  cosa más divertida: el hospital es lo emocional y el vino, lo divertido. 
 
-¿Ves en  alguno de tus hijos un interés por el vino?  
 
-Luca [16] quiere ser médico; Nicola [9] quiere ser maestra, y Dante  [13] quiere crear cosas. El otro día Dante me dice: "Antes quería trabajar  con vos y con nono, pero ahora no quiero porque leí que la naranja es el sabor  que más agrada, y yo quiero hacer un licor de naranja y venderlo. Quiero hacer  mis propias cosas". Para mí, es importante que haya gente de la familia en  la bodega. Pero tomo el consejo de mi papá, que dice que con los negocios  familiares no hay que empujar, que hay que dejar que la gente venga si así lo  decide. Creo que es una teoría muy acertada.  
 
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